· Madre de familia y con profundas convicciones cristianas, la rabanera se está volcando en dar acogida temporal a niños y niñas que residen en centros
“Mi única pretensión al recibir esta mención honorífica es la de transmitir la necesidad que tienen muchos niños y adolescentes de crecer en un ambiente de familia”. Son las palabras emanadas desde lo más profundo del corazón de Eva María Fernández Rubio, que este año recibe la distinción individual a la Solidaridad de Argamasilla de Calatrava.
Con ello, el Ayuntamiento y la comisión que anualmente propone personas y entidades merecedoras de tal reconocimiento, quieren destacar en este caso su desinteresada entrega y constante llamamiento de acogida para con tantos menores de edad que no han tenido ocasión de ser felices, o al menos serlo como cualquier niña o niño que reciben constantemente el amor de sus familias y la calidez del hogar.
Por eso, en su compromiso espiritual y como persona, Eva María quiere dar testimonio de que es tan necesario como posible hacer realidad el mandamiento de amar al prójimo como a uno mismo. Así lo siguió demostrando desde el día que pudo iniciarse en una experiencia sin vuelta atrás, de la mano de un niño ucraniano.
Una ocasión que, en la complicidad de toda su familia, le llenó de providencial fortaleza para implicarse más, brindando así su techo como estancia temporal a dos pequeñas que, como tantos y tantos menores, normalmente pasan su minoría de edad en centros, aislados de una sociedad que una mayoría disfrutamos ajenos a tan terribles circunstancias.
Eva María no se considera en cualquier caso merecedora de nada. Ser fiel a sus convicciones personales y compromisos cristianos le basta, pero dice que quiere aprovechar esta ocasión para hacer “una llamada de atención a las instituciones, para que trabajen siempre unidas por la protección de los menores y de sus familias”.
Es algo que ella misma ya reconoce en el Ayuntamiento de su pueblo, puesto que este ciertamente siempre ha procurado facilitar estancias de acogimiento para menores que llegan de otros países como el desierto del Sáhara o la siempre difícil Ucrania, pero también necesario para estos seres humanos no tan lejanos, a los que los suyos dejaron indefensos por circunstancias que, por otro lado, no corresponde juzgar.
Y es que, afirma como miembro de la Iglesia Católica y sus valores en torno al ejemplo de vida de Jesucristo, “eso me hace acoger sin distinción”, recalcando que “los prejuicios son barreras para ‘no’ llegar a las personas que más lo necesitan”. “Hay muchas familias pasando necesidades y no tienen ni fuerzas para decirlo por miedo muchas veces al ‘qué dirán’, siendo especialmente los que más sufren los niños y los ancianos, las partes más débiles de nuestra sociedad”, apostilla.
A todos cuantos se encuentran en circunstancias delicadas les dice “no estáis solos” y, además del Consistorio rabanero o Bienestar Social, en el ámbito más cercano de Argamasilla de Calatrava, recuerda con su imborrable sonrisa que también desde la Parroquia o Cáritas se brinda cuanta ayuda se requiere.
Hogar de Nazaret, un modelo a imitar
Lejos de protagonismos con su nombre propio, Eva María Fernández Rubio quiere delegar su mención honorífica en la “obra de la familia eclesial Hogar de Nazaret, en recuerdo a la entrega de su fundadora”, la miguelturreña María del Prado Almagro y “al hermano” Pedro Manuel Salado de Alba, sobre todo, puntualiza, porque ambos “dieron sus vidas por los niños desamparados”.
Con presencia, entre otros lugares, en Córdoba, Chiclana, Granada, Málaga, Madrid, Puente Genil, Sevilla, Toledo, Valdepeñas, Perú o Ecuador, esta institución católica procura hogares de acogida a los pequeños que ampara, escuela y colegio, campos de trabajo y misiones de barrio, así como proyectos sociales para familias en dificultad y riesgo de exclusión social.
Una labor a la que Eva María también quiere dar relevancia y hacer cundir el ejemplo en una época en la que, con las incertidumbres económicas y de salud, en ámbitos domésticos se ha aminorado la imprescindible labor de tantas familias, que, de una u otra manera, abrieron alguna vez las puertas de sus casas a la solidaridad de tantos niños y niñas, independientemente de su origen, raza, creencias, costumbres, lenguas o circunstancias familiares.
“La vocación de las personas no es hacer lo que te gusta, sino lo que Dios quiere de ti”, señala esta mujer madre de familia, cuya primera toma de contacto con niños en circunstancias especiales la tuvo en un campamento diocesano al que acudió como monitora y entre cuyos participantes había algunos procedentes de hogares de acogida.
El amor se sobrepone a las dificultades
Meses después de aquello, hace cuatro años, llevaría a cabo junto a los suyos una primera experiencia del programa de respiro en acogimiento familiar, algo que, reconoce, “fue difícil porque se producen situaciones delicadas de convivencia y exige un proceso de adaptación para todos que al principio no es fácil”, reconoce.
El único secreto para sobreponerse a estas circunstancias es una bella palabra, “amor” y darlo sin esperar nada a cambio. Así cuajó una convivencia temporal ahora interrumpida por la pandemia, pero que deja una “recompensa muy grande en la vida” y esos niños al final aprenden que, al contrario de lo que han podido experimentar, hay personas cuyo altruismo y desinterés les hace ver la realidad de otra manera que no habían concebido hasta ese momento.
‘Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados’ recoge el Evangelio al cual Eva María se aferra cual ‘hoja de ruta vital’. Bienaventuranza que explica por sí misma lo que mueve a esta bella persona que poco quiere de protagonismo, pero que lo acepta, como queda dicho, por el único motivo de seguir sembrando humanidad y solidaridad desinteresada entre quienes reciban con interés tan valioso testimonio.
Y entretanto, esta vecina deja a sus paisanos con un deseo para estas fechas: «Que nuestro Cristo del Remedio y nuestra Madre del Socorro os proteja y os ampare». Que así sea.